9.9.07

THE TOWN CRIER: Caminante de arenas


La gente prefiere (o eso me dicen ellos) el sedentarismo al movimiento y suele sorprenderse cuando alguien como yo (yo, por ejemplo) comenta que no le importa para nada viajar horas y horas en tren o diligencia o que disfruta vagando casi indefinidamente a pie por campo o ciudad. Su comportamiento es normal, alegan, y el de los de culo más inquieto o más curtido (me encanta el matiz sodomita que aporta este adjetivo al texto): anormal. Esa es la misma opinión que tiene el joven del anciano, considerado este último como un tarado debido a su comportamiento totalmente alienígena los domingos por la mañana (hay que resaltar los baños en el mar a las 6 de la mañana, la contemplación inmóvil del paso de los ferrocarriles o las sobadas excursiones a los campos que circundan sus hábitats naturales).

Personalmente, disfruto (o al menos procuro no sufrir) los viajes y el movimiento, quizá más a solas que acompañado. Sobrevivir a un viaje de ciento ochenta minutos en tren acompañado de un payaso (gracioso), una amante (juguetona) y/o un filósofo (gracioso) no tiene ningún valor, por eso prefiero viajar a solas, para poder sentirme orgulloso al respecto.

¿Cómo lo hago? Es sencillo: pensando, leyendo u observando, siendo más útil, normalmente, una mezcla de las tres. No cuesta tanto meditar o planear mientras viajas, aprovechando el tiempo y ahorrandote tener que hacerlo más adelante, cuando quizá tengas otras obligaciones que te impidan hacerlo. La razón o excusa para leer en los viajes es similar y, en cuanto a la observación... no se trata de una obsesiva vigilancia al prógimo (ni los catalogo ni los desnudo ni los destripo), sino más bien una mirada curiosa, observando el popurri étnico, generacional y sexual y las interesantes combinaciones que se logran mezclando esas tres categorías en cada persona y ésta, a su vez, con las que la rodean. Es un juego divertido y, aunque bastante inútil a simple vista (o cómo todo lo que parece bastante inútil a simple vista), muy inútil.

En un desierto (o en un paseo, o en un viaje), a falta de cualquier cosa (lo que incluye a los libros, por desgracia), nos quedaría la observación, aunque no de los vecinos, y el pensar. También se puede dormir, no lo niego, pero, además de ser algo verdaderamente cobarde a la hora de enfrentarse con la vastedad de un desierto (o de un viaje) es una pérdida vital de tiempo y cansa. Descansar en exceso puede acabar cansando, sí: se puede dormir, pero no eternamente, y ahí entrarían en juego las otras posiblidades. De hecho, pensando en esto, creo que llegaría a disfrutar el ser abandonado en un desierto, si no fuera porque me encanta beber y me encanta leer.

A todos aquellos que aborrecen el viaje solitario, el caminante de arenas les recomienda u ordena que lo intenten, que traten de degustar la situación adversa y, sobretodo, que piensen por qué consideran una pérdida de tiempo el moverse: ¿qué les espera de interesante en el sedentarismo? ¿una cama (no una dama)? ¿un puñado de gente en un bar que hacen todo lo posible para que el evitar pensar resulte agradable? ¿el televisor? Seguramente así sea: el televisor, esa maravilla que nos ancla a cada uno en su sala de estar dandonos el mundo triturado a chucharadas constantes, tal y como nosotros alimentamos con papilla a nuestros bebés y tal y como Platón imaginó a los habitantes de su caverna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sinceramente un buen post que de verdad invita a reflexionar. A mi tambien me gusta viajar solo, sobre todo escuchando la radio y pensando. No obstante, tengo que reconocer que muchas veces no me muevo por pura pereza, algo que indudablemente esta arraigado en lo mas profundo de mi y que me cuesta horrores cambiar. Me sumo a tu propuesta. Sigue posteando asi, llevas un buen rumbo, es un placer leer lo que escribes.

Dramatis personae


The Town Crier
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