5.8.07

THE TOWN CRIER: El riesgo como elemento vital

Hasta que no vea a alguien columpiarse de la rama de un árbol (con la soga al cuello) en busca de emociones fuertes, no creeré en nadie que las busque.

Estuvo de moda durante un tiempo la aventura, el riesgo y el extremo como medidas de diversión para los fines de semana o las vacaciones, costumbre hoy por hoy arraigada tanto en la sociedad que nisiquiera está de moda: simplemente está. Existe la posiblidad, incluso, de que sea una costumbre que nunca ha dejado de acompañarnos, ni después de su popularidad ni antes de ésta: ¿quién negará (o quién confirmará, igual de imposible, creo) que todo muchacho de campo se haya criado a base de pedradas a las casas de los borrachos y lunáticos locales (todos ellos il·luminados, pero qué demonios sabrán los niños) o provocando a otras fieras como canes y adultos en general? Es por cierto que yo no.

¿Qué utilidad o qué oculta motivación se esconde tras tamaña barbaridad intelectual y espiritual? ¿Qué gracia tiene arriesgar la vida o la salud de una forma tan artificial? Se me ocurren varias razones y ninguna de ellas me resulta suficientemente convincente como para animarme a vivir tales aventuras, tales riesgos o tales extremos.

Descartando las teorías más rebuscadas y fabulosas, intuyo que el populacho ama el riesgo debido a que le es prohibido en otras situaciones. Las sensaciones producidas por un accidente de coche (140 km/h, muro de hormigón de 3 metros de grosor perpendicular a la trayectoria del vehículo) nos están vedadas, si además queremos conservar la vida tras la experiencia; la única forma de caer desde 100 metros de altura y que no sea directamente a la tumba es mediante artefactos y burladores físicos; un tiro en la cabeza, durante un duelo, normalmente solo se sufre una vez en la vida. Estas prohibiciones, o más bien permisiones muy condicionadas (con la propia vida como moneda de cambio) son, pues, lo que nos motiva a sortearlas y a intentar saborearlas...

... tanto que, cuando el creador del primer deporte de riesgo (un pobre aunque astuto cavernícola que le pisó el rabo a un tigre dientes de sable mientras dormía), al darse cuenta de que había inventado una experiencia verdaderamente inútil para el resto de la humanidad, intentó explotarla al máximo (como cualquier otro ser humano hubiera hecho) y se la vendió a su mejor amigo (como cualquier otro ser humano hubiera hecho): cuando se cruzó con él, hablándole en el idioma cavernícola (parecido a diversos argots y jergas menores modernas), le contó su experiencia con el tigre y cuestionó su potencia viril/genital animándole a hacer lo mismo. Probablemente su amigo moriría devorado por un dientes de sable, pero nuestro protagonista cavernícola no cesaría en su empeño de embaucar a otros pobres hombres menos astutos que él, e incluso haciendo negocio con su descubrimiento, poniendo en peligro la continuidad de la humanidad y, definitivamente, extinguiendo a los tigres dientes de sable.

De ahí surge, desde mi humilde punto de vista, el peligroso apetito al riesgo: nadie sabe bien porqué desea esas sensaciones, simplemente las desea y, una vez apaciguada el hambre irracional, encontrándose igualmente vacío (intelectual y espiritualmente hablando), hace CUALQUIER COSA por poder contarlo (incluso pagar una verdaderamente enorme suma de dinero por conservar alguna prueva del suceso, como fotografía, vídeo o documentación escrita).

Y esa vanidad, señores, se suma a la lista de regalos que los dioses nos otorgaron y Pandora logró retener en su caja (lista inaugurada por la codicia a costa del prógimo, cuanto más cercano mejor, mencionada antes mientras revivíamos las experiencias de nuestro cavernícola protagonista). También se habla de la esperanza en las antiguas escrituras (no, no todas las escrituras antiguas hablan de Jahvé), pero, siguiendo mi experiencia personal, no puedo poner ningún ejemplo de ésta.

4.8.07

Inauguración sin tentempié

Como era de esperar, esto debía empezar de un momento a otro y, a falta de cabareteras, bebidas espirituosas o bocaditos (avanzadilla del ardor estomacal), unas palabras.

A pesar de su antonimidad natural, el director y a la vez colaborador inaugural de Wet Doggie es la misma persona: yo mismo, poseedor de THE TOWN CRIER, columna que espero que deje a más de uno indiferente, o deberé desnudarme al respecto para acabar de adormecer al público.

Se estrenará ésta y me estrenaré yo mañana domingo, volviendo a rellenar el lugar con palabras ilegibes y, por consiguiente, ileídas cada 7 días, exactamente, salvando festivos como dominicales o santorales especiales (producto del escondido politeísmo católico).

THE TOWN CRIER contendrá desiertos, brandy y tequila, serpientes de cascabel, mordiscos y algunas tumbas y fantasmas. Quizás no demasiado adecuado para el contenido de WET DOGGIE, pero nunca nadie lo sabrá.

Sin más dilación, os dejo lanzaros a devorar las mesas y sus manteles.

Dramatis personae


The Town Crier
Un terriblemente humilde servidor de todo aquel que se muestre digno de ser servido (¿nadie?). Dedicado única y exclusivamente a todo menos a ir al lavabo, hablará de ello con su característico tono venenoso y su intelecto, que de tan maravilloso brilla en la total oscuridad. MÁS

Mr. Bogus
Más mediocre de lo que muchos nunca llegarán a ser, este curioso personaje que, además de amarillo, es adicto a los joyos, se preocupará de que todos (incluido tú) hagáis vuestras necesidades sabiendo dónde os estáis metiendo (o dónde las estáis metiendo). MÁS